El experimentado fontanero que sabía qué tornillo había que apretar.

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CARLOS AURELIO CALDITO AUNIÓN.

Un día Juan descubre que su cocina está inundándose debido a una fuga en alguna tubería…

Así que, decide llamar a un fontanero. El fontanero llegó enseguida a casa de Juan. Inspeccionó las tuberías de la cocina y recorrió el resto de la casa durante apenas cinco minutos.

Después de la inspección, el fontanero abrió su caja de herramientas, cogió un destornillador, apretó un tornillo que estaba flojo en una tubería cercana al fregadero situado en la cocina, y al instante dejó de salir agua.

El fontanero guardó el destornillador y le dijo a Juan:

  • Son 200€, por favor.
  • ¿Cómo? ¿200€ por apretar un tornillo? – respondió Juan.
  • No, apretar el tornillo cuesta 1€. Los otros 199€ son por saber qué tornillo había que apretar.

El esquema del fontanero podemos aplicarlo a cualquier ámbito, a cualquier profesión en la que la clave del éxito sean la cualificación, la capacidad, el mérito, en todas se necesita habilidad, conocimientos, experiencia… es la única forma de saber qué tornillo hay que apretar.

La excelencia, la capacidad, el mérito son imprescindibles en cualquier profesión, desde la fontanería a la mecánica del automóvil, pasando por el ejercicio de la medicina, o cualquier otro trabajo que usted elija…

En todos se exige capacidad, mérito, probada experiencia de éxito, menos en la política. Entre los gobernantes lo que predomina es todo lo contrario: la ineptitud, la mediocridad, el analfabetismo… aparte de maldad, de corrupcion, de formas de conducta mafiosas.

¿Por qué permitimos un nivel de exigencia tan bajo a la hora de elegir a quienes toman decisiones trascendente, de máxima importancia que acaban influyendo en nuestra vida cotidiana, en nuestra calidad de vida?

¿Por qué permitimos que gentuza que nunca serían contratados por ninguna empresa y a los que nunca llamaríamos para hacernos un arreglo, una reparación, una obra en casa, decidan sobre nuestras vidas, nos saqueen, y tengan el atrevimiento de erigirse en los gestores de la moral colectiva, hasta el extremo de decirnos cómo hemos de comer, cómo hemos de asearnos, cómo hemos de cuidar nuestra salud, cómo hemos de educar a nustros hijos, cómo hemos de amarnos… y un largo etc.?

¿Se pondría usted en manos de un cirujano ciego, o un piloto de avión igualmente invidente, por mucho que le digeran que tenían muy buenas intenciones, de las que está empedrado el camino del infierno?

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